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EL PODER TRANSFORMADOR DE LA GENTILEZA



             Voy conduciendo por una de las calles más céntricas de mi ciudad, es “hora pico” y el tránsito vehicular es denso, la gente va a prisa saliendo de sus trabajos, la mirada perdida y el pensamiento puesto en el descanso o la comida que pronto estará servida  a la mesa.

            Yo espero, en una esquina, el cambio del semáforo del alto al siga, veo a la gente pasar pero sin poner mucha atención, los rostros, la vestimentas, las actitudes, todas pasan frente a mí por igual sin mayor distinción, voy distraído y repasando mentalmente la ruta que debo seguir para llegar  a mi destino.

            El semáforo cambia, los autos están por avanzar y, de pronto, algo capta mi atención, un gesto, una actitud, un brevísimo incidente que no durará más que los segundos que tarde en pasar pero que ha de iluminar y marcar mi corazón por mucho tiempo.

Un joven acaba de bajar la banqueta para cruzar la calle, su mirada va clavada en el piso, cómo meditando algo, va vestido según el modo de los jóvenes: playera, jeans; se ve limpio, de clase media tal vez. Lo que sucede a continuación me sorprende y enternece. Junto a él, en sentido opuesto, acaba de pasar un hombre mayor, vestido con ropas sucias, desprolijo, cabello largo y barba canosa, trae un bastón y camina con dificultad, es ciego.

            El muchacho que va con su mirada fija en el piso, se queda estático, sucede en una fracción de segundos pero a mí me parece un momento suspendido, sin tiempo. Ni siquiera voltea a ver a su alrededor, los vehículos que están por arrancar y podrían atropellarlo, levanta el rostro con un gesto entre sorpresa y vacilación.

            El muchacho entonces gira sus pasos y camina hacia este hombre que está por subir a la banqueta que él acaba de bajar, se acerca a su lado y lo toma suave y gentilmente del brazo por la muñeca y el codo; lo encamina y lo ayuda despacio a subir a la acera y esquivar un poste que estaba en su camino y con el cual, quizás, se hubiera dado de frente si él no le hubiera ayudado a guiar sus pasos.

Lo que sucedió después no lo sé, ya había pasado yo y seguía mi camino, sin embargo este simple, sencillo y breve acto me dejó una sensación que aún perdura, una calidez en el corazón que por alguna extraña razón aun me conmueve y me hace pensar que quizás todos somos como ese hombre: ciegos en un camino lleno de obstáculos, ajenos y ausentes a la vista de muchos y necesitados de la ayuda de alguien que tenga una clara visión para no darnos de lleno con las vicisitudes de la vida y la rudeza del mundo.

A muchos les parecerá un hecho común y sin importancia, algo cotidiano. Para mí fue el ejemplo vivo de la amabilidad, la bondad y, si se quiere, “amor desinteresado”. No conozco los motivos del joven para hacer lo que hizo, que lo inspiró para detenerse en seco y hacer lo que ninguno de los que pasaban por ahí tuvo la gentileza de hacer.

Qué pasaría si de pronto todos actuáramos así, con más amor y menos egoísmo, con mayor gentileza y menor rudeza, con más humildad y menos soberbia, con más empatía y menos egoísmo. Tengo la total certeza que si esto sucediera el mundo se transformaría en un lugar más agradable, armonioso, luminoso.

Ese pequeño gesto, aislado en un mundo caótico y voraz, sin lugar a dudas trascendió, trascendió por el impacto que tuvo en mí, los que lo presenciamos y que ahora comparto contigo. Quizás no cambie el mundo pero me cambió a mí y cambió a ese joven, por que quien actúa cómo el actuó sin duda enriquece su corazón, su alma, su Ser, y se convierte en un mejor Ser humano, se transforma y se llena de luz.

Ojalá y tengamos muchos el valor de ser gentiles y transformar con la suma de nuestras pequeñas acciones el mundo en que vivimos.

Recuerda:

“Buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro”. Platón

¡Se gentil!


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